El valor al trabajo

El valor al trabajo

Estando consciente de haber nacido sobre una cultura consumista y capitalista, me impresiona entender como el dinero puede dar diferente valor al trabajo del hombre que considera su obra un placer. Cuando lo que florece de las manos de otros, tiene menos valor que lo elaborado brillante y en masa, más me doy cuenta que “no todo lo que brilla es oro”.

Publicado: 14/09/2016
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Mi país, armado bajo el peso de ser una tierra en donde su sangre es una materia prima mineral, aun no aprende que el valor de su tierra está en las personas, y en el valor al trabajo de cada una de ellas. No en el monto per cápita que las estadísticas dicen que recibe cada habitante o en el estigma de considerar que este país es rico, entendiendo que solo para algunas familias.

Me he topado últimamente con varias situaciones que me ponen a escribir respecto a cómo la gente entiende el trabajo de otros hombres y mujeres y que cosas valora sobre otras. Por lo mismo, me recuerdo muy especialmente cuando un empresario local manifestó que “la vida en familia se hace cuando miles y miles de personas van a los centros comerciales”. Pese a lo impresionante y ridícula de la frase, lamentablemente no está muy ajeno a la realidad de lo que se ve a diario en las ciudades donde nos llenamos los bolsillos y vamos perdiendo el valor de las cosas más importantes que nos llenan el alma.

Cuando uno viaja y tiene la oportunidad de conocer a otras personas, uno aprende que no hay magia en tener lo que a diario nos llega fácilmente. La leche, el pan, las verduras y nuestros muebles pasaron en alguna cadena de muchas manos hasta llegar a nuestra casa y al parecer no nos damos el tiempo ni siquiera para meditar al respecto.

Por eso impacta cuando escuchas como la gente se molesta cuando un artesano entrega el valor de sus productos,  aduciendo que en el centro comercial puede conseguir lo mismo más barato. Lo que no entiende esa persona, es que esa cadena de actitudes solo genera que máquinas hagan más y más, y los valores bajen al bajar de igual forma la calidad de los productos y las materias que los componen. De esa forma, nos llenamos de cosas absolutamente desechables. Cuando matamos el trabajo que proviene del alma de otro no lo llamemos progreso.

El valor de lo intangible es algo que tiene una apreciación personal, la entrega el artista cuando le coloca valor a una obra, el artesano cuando termina la última pieza y el granjero cuando termina la cosecha. No se aplica al valor de la madera o de los clavos con los cuales se arman los productos, si no, con el valor de la dedicación y el cuidado con el cual las personas trabajan para llegar a un producto final, que obviamente no encontrará nadie tras una máquina de producción en serie.

Lo que más me aterra, es entender como la gente considera que el trabajo que se hace de buena gana, tiene menos valor que la tortura de otros. Como si el ser artista o vivir de la forma en la cual uno es feliz sea menos valorable que el oficinista que odia cada paso que da camino al trabajo, o quien se levanta forzado a ganar dinero por el peso social y familiar de haber estudiado una carrera.

Vivir de lo que se ama, no implica vivir gratis o vivir de la buena voluntad de otros, no es precisamente un favor que se hace al mundo, aunque así lo parezca. Y me es difícil de entender en esta época se castigue la felicidad y se apremie el dolor, se consuele la depresión mientras se declare de orates a los que se ríen sin motivo aparente.

La próxima vez que le toque ir a una feria de artesanías, al local de un mueblista o al juzgar a algún artista por cobrar por su trabajo. De un minuto de su tiempo para dar real un valor al trabajo de esa persona. Y si no desea (o no puede) pagar por ello, no lo haga, pero evite juzgar lo que no entiende.