Todos tenemos el divino derecho de hacer locuras y explotar de alegría de vez en vez, y es muy agradable cuando puedes compartir esos sentimientos con los demás. Las redes sociales ayudan a esto, pero lastimosamente, ridiculizar los sentimientos se ha vuelto costumbre, algo insana en nuestra sociedad.
Este verano apareció en el Festival de Viña del Mar una chica admiradora de la cantante chilena Mon Laferte, la cual hizo noticia por aparecer llorando frente a las cámaras de emoción por escuchar a una de sus artistas favoritas.
Supongo que para un artista, llegar a emocionar a alguien hasta las lágrimas es una de las cosas más impactantes que le puede ocurrir, ya que demuestra un lazo invisible entre la creación, la interpretación y la recepción de sentimientos. No me canso de decir, que la música en eso se basa, en compartir.
Cuando esa emoción desencadena burlas, memes y otras formas de ridículo gráfico en redes sociales y en medios de comunicación masivo, me llena de tristeza no poder comprender que puede ser tan malo como para caer en ese tipo de acciones. Como si la emoción en este mundo estuviese de sobra, como si llegar a tocar la fibra del alma de alguien fuese negativo o mal visto. Al final, una parte de la sociedad nos intenta hacer creer que lo desechable e insípido es mejor, que da lo mismo sentir mientras podemos tomarnos una foto al lado de un logo sin entender lo que sucede a nuestro alrededor, como si valiese más demostrar que pudiste comparar un ticket de entrada a un evento carísimo más que asumir el mundo que te rodea como propio.
Este caso que les comento de la Fan de Mon, no es el único y penosamente no será el último. Internet está lleno de videos de gente burlándose de quienes disfrutan cantando mal en algún idioma extranjero (por nunca haber tomado clases de idioma), de quienes son rechazados en peticiones de matrimonio o quienes se alborotan con noticias o situaciones llenas de júbilo.
Ya quisiera ver a aquellos “reporteros del ridículo”, ágiles cámaras de celular, tener los pantalones para poder enfrentarse a lo que realmente desean como vida y no hacerse notar socialmente haciendo burlas de los que si se dejan llevar por lo que sienten, los que si son dueños de sus corazones.