De los niños que se levantan temprano para dejar los libros de lado. Que limpian Vidrios, barren calles y mueven cajas.
De los niños que hacen las prendas a otros niños, que les visten y les calzan, que les cosen sus balones y peinan sus muñecas.
De los niños que hacen barricadas de humo, para que deje ciegos a los aviones que destruyen la nada que les queda en las manos.
De los niños mutilados de piernas, manos y alma. Piezas de ajedrez de un juego de otros, “daños colaterales” para los imperios y escudos humanos para las guerrillas.
De los niños forzados a pedir monedas en vez de caricias y son pagados con pegamento en bolsas para hacerlos soñar lejos de los centros comerciales.
De los niños navegantes bajo los puentes, mientras los edificios apuntan sus luces hacia el cielo para hacerse notar sobre los llantos.
De los niños con hambre, con frío, con sed, con sueño y pesadillas, con cuchillo y pistolas, encerrados y solos, con pena y rabia, con puños apretados y el grito ahogado en el pecho.
De los niños de otros, problemas del gobierno, relleno en el noticiario, columna en el diario, objeto en el paseo comercial, molestia en el patio de comidas, amenaza a tus carteras y teléfonos.
De los niños que son defendidos antes de nacer, pero que después les son un estorbo para el desarrollo del país y la seguridad nacional.
De los niños que rezan para no ser manoseados en los templos ni en sus casas. De los niños entrenados para guardar silencio, entrenados para no ser niños.
De los niños adorno de redes sociales, vestidos de animal de peluche o súper héroe, mientras ellos solo desean dormir sus primeros días.
De los niños princesa, modelos de pasarela, divisa de concurso, caritas pintadas, sin edad y sin nombre, identidad del reflejo de lo que no pudo ser otra persona.
De los niños diferentes, los niños ocultos, los niños enfermos, confinados por vergüenza de no ser el “estándar”.
De los niños que flotan en sus grandes casas, que tienen todo y no tienen nada, que tienen padres pero no se observan, que no se miran ni hablan y en el evitarse viven pensando en que está todo bien.
De los niños encasillados en las escuelas. Forzados a las letras y números, leyes y planos, golpeados contra la muralla de lo socialmente aceptable para vivir, que viven condenados a no ser lo que fueron sus padres.
De los niños que asfixiamos lentamente para que dejen de serlo. De esa infancia alimentamos el presente, matamos la inocencia y la ahogamos en el mercado. De esos niños será nuestro futuro y será tarde para lamentos.